Zafiro Hotels opiniones

llegamos un mediodía con mi hija y una amiga, cansadas del viaje y con mucha ilusión por las fotos y las críticas que habíamos visto. La primera impresión fue rara: el hall parecía viejo pero el personal enseguida fue simpático, nos atendieron rápido. La cena esa noche fue el primer tropiezo: había variedad para adultos, sí, pero nada que sedujera a mi hija. Entre pizzas, arroz y patatas no hubo mucho más; una niña que es difícil para comer se quedó con hambre. Al principio pensé que era mala suerte, que al día siguiente sería distinto. La comida a veces llegaba tibia, y con carne eso me puso en guardia; poco apetecible y, para ser sincera, preocupante. La piscina también nos decepcionó: en fotos se veía grande, en realidad no. Había gente rebotando pelotas por todos lados y se sentía un poco caótico y, sí, inseguro para niños y embarazadas. Mi hija terminó asustada y yo acabé con una conjuntivitis que me obligó a ir al médico y tomar antibiótico —no lo esperaba. Las habitaciones son amplias pero de otra época; la cama extra de la niña era incómoda, parecía hecha con lo que sobró. La limpieza flojeaba: escaleras manchadas, sensación de descuido. Dicho eso, no todo fue malo: hubo momentos en los que me relajé. Recuerdo claramente la tercera noche: pedimos algo sencillo, llegó caliente y el cocinero parecía ponerle mimo; por primera vez mi plato me supo a hotel de verdad y la camarera fue amable y nos cambió de mesa para que mi hija pudiera comer tranquila. Fue ahí, en ese instante perfecto y pequeño, cuando pensé "vale, esto al menos funciona". No es perfecto ni volvería ciega de entusiasmo, pero hay personal que marca la diferencia y platos que, cuando están bien, están realmente buenos. Si vas con niños, ve con precaución y expectativas moderadas.

nos dijeron que por reservar directo podíamos salir a las 14:00, pero a las 12:00 la llave dejó de funcionar y nos dijeron que fue culpa nuestra por no pagar un late check-out. Molesto, frustrante y, sí, con un poco de ironía, sorprendido por lo poco profesional. Algunas cosas bien, pero la atención y la gestión me echaron para atrás.

la entrega de las maletas al cuarto fue puntual y sin líos, y eso ya elimina mucho estrés cuando vas cargado y con dolor de espalda. Además, pedí una almohada extra por recomendación del médico y me la trajeron en menos de diez minutos. No sé cómo lo hicieron, pero ese pequeño gesto hizo una diferencia enorme para dormir mejor y no despertar encorvado.
El desayuno lo probamos con poca fe, y al principio parecía la típica oferta estándar; sin embargo, cuando dije que necesitaba algo suave por la mañana para no forzar la espalda, la chica de recepción me preparó unas tostadas y fruta recién hecha en un momento, sin preguntas raras. Lo mismo con la cafetera: la primera taza era normal, pero al comentar que prefería un café más cargado, al rato apareció un camarero contento con una espresso de verdad. Se notaba que sabían mover las cosas y que responder era parte de su día, no un drama.
Tuvimos un problema con la ducha —un cabezal que rociaba raro— y al avisar vinieron enseguida a cambiarlo. No quedó como nuevo, pero funcionó bien y nos explicaron qué mantenimientos tenían planificados. También encontré que la ropa de baño se cambiaba a petición; no venía sola cada día, pero cuando la pedimos la trajeron sin cobrar nada extra, y eso para nosotros, con niños y un peluche desaparecido, fue clave. Sí, tuvimos un mal rato porque el osito de la pequeña se fue con el servicio de limpieza por error, pero al comentarlo lo localizaron y nos lo devolvieron al día siguiente; no fue perfecto, pero la sinceridad y la rapidez lo arreglaron.
En general, la sensación fue: el sitio tiene cosas que pulir, sí, pero cuando importa —entrega, atención personal, resolver contratiempos— responden y rápido. Estoy agradecido porque, viniendo de una mudanza y con molestias físicas, realmente me hicieron la estancia más fácil. Volvería por ese trato humano, por la diligencia al entregar y por la buena disposición para ayudar.

la puerta de la habitación no cerraba bien y nos quedamos atascados una tarde, el minibar parecía de otra época, y el teléfono del alojamiento ni funcionaba, así que pedir algo extra fue un reto. También notamos bichitos por la noche en el suelo y en las sábanas —eso sí que fue desagradable— y el agua del spa estaba tan turbia que nadie metió ni la mano.
Lo cotidiano se volvió complicado: preparar la papilla del crío era una odisea porque en el bufé el café no te lo servían si no cogías el desayuno completo, y pagar extras por cosas como una silla para el coche nos pareció poco práctico siendo vacaciones con un niño. Además, actividades de animación para peques muchas veces no estaban orientadas por edades o el personal no hablaba nuestro idioma, así que no siempre servían.
Dicho todo esto, la diferencia la hizo cuando llamamos al mediador del viaje y nos reubicaron a las 24 horas en otro hotel cercano. No fue un proceso perfecto —tuvimos que insistir y esperar—, pero al llegar a la nueva habitación mi hijo se tiró a la cama y se quedó dormido sin problema. Ese segundo, con la siesta ya en marcha y yo tomando un café como se debe, pensé: “bueno, ahora sí.” El nuevo sitio no era un 5 estrellas, pero las camas estaban limpias, la piscina era segura y el personal, aunque básico, estuvo atento.
Así que mi sensación final es agridulce: mala experiencia al principio, sí, pero solución posible si no te rindes y usas al intermediario. Aprender para la próxima: revisar reseñas recientes y dejar claro lo que necesitas si vas con peques. Al menos nos vamos con una historia —y con un sitio donde el niño pudo descansar de verdad—, que al final fue lo que más importó.

Habitaciones pequeñas, servicio limitado y reclamaciones ignoradas.