P. Perales

«Hemos cancelado su reserva». Sin preguntar. Sin permiso. Punto.
Me pareció raro desde el principio que una opinión en internet moviera montañas. Pero sí: apunto eso, y insisto, porque es el detalle que más me quemó. Les dije por teléfono que yo había decidido ir, aunque con nervios, porque perder 3.360 euros no entra en mis planes ni en los de nadie. Me colgaron y, sin que yo lo confirmara, lo cancelaron. ¿La excusa? Que habían «hecho un esfuerzo» tras leer mi reseña. Es decir, que opinar me costó el derecho a mi reserva. Lo dejo ahí.
No es perfecto, claro. Podría haber intentado llegar antes a la oficina de reservas, podría haber llevado más paciencia, bla, bla. Pero no esperaba que me dejaran literalmente tirado en la puerta de un pueblo costeño, con la niña preguntando «¿y ahora qué?». No esperaba que recuperar ese dinero pareciera una odisea administrativa pensada para hacerte rendir.
Algo bueno hubo: la familia se lo tomó con humor al final. Nos buscamos otro sitio, caro y con olor a fritura, y la peque se lo pasó bien en la playa, así que no todo fue desastre absoluto. Pero el mal rato y la incertidumbre estuvieron ahí.
He pedido las grabaciones de las llamadas y se las he dejado al abogado. No por rencor, sino porque me parece justo saber qué dijeron y cuándo. Si tienes que reservar con ellos, ten cuidado con las reseñas y con lo que dices en público, raro, ¿no?
En resumen: buena intención al reservar, mal manejo al cancelar sin tu consentimiento. Funciona para pasar la semana si te toca encontrar alternativas, pero la gestión deja mucho que desear.