Fernando Cepeda

pedido olvidado, atención que te pasa la pelota y tú a recomponer la paciencia. He tenido experiencias peores con empresas grandes donde te atienden con frases hechas, así que imaginaba lo peor. Pedí varias cosas y pasaron días y días, llamé, reclamé, y la respuesta era siempre esa vaguedad logística que ya me sabía de memoria. Me lo tomaba con humor a ratos, a ratos ya calentito, pero sin ganas de montar bronca públicamente.
El punto de giro fue raro: un martes por la tarde me llamaron (sí, una llamada humana, no el típico mail genérico) y escuché a alguien que por fin hizo algo útil: comprobó el estado, reconoció el lío con un artículo concreto y propuso enviar lo que sí estaba listo en 24 horas y devolver lo que no. Fue un momento curioso, porque no esperaba soluciones, y de repente pensé "vale, esto podría funcionar". Al día siguiente, el paquete llegó: no perfecto, faltaba una cosa pero lo demás estaba ahí y en buen estado. Fue un alivio, eh, un alivio sincero; ese instante en la puerta, con la caja en mano, fue cuando supe que al menos aquella compra no acabaría en desastre.
No digo que todo fuera maravilloso ni que no les quede margen: el sistema de pedidos tiene que mejorar, y deberían informar mejor y antes. Pero al final la resolución me dejó satisfecho, sobre todo por la agilidad una vez que alguien tomó responsabilidad. Lo repito, he probado empresas peores que nunca arreglan nada, así que esto no es perfecto, pero al menos hubo reacción y resultado. Lo que sí convertí en hábito: insistir, pedir que lo documenten y, si hace falta, hablar con alguien de mayor rango.