Peña

necesitábamos un frigorífico para la residencia de mi hijo, algo sencillo para tupper, leche, esas cosas del día a día. Llevábamos semanas mirando uno que tenía buen precio en el escaparate, lo vi el viernes y lo pagué porque pensé “listo, el lunes lo recojo y asunto cerrado”. Llego con el coche, lo descargamos en la residencia y justo al abrir la puerta nos damos cuenta que no es el modelo que habíamos elegido, ni por asomo. Volvemos a la tienda, medio mosqueados, y el dependiente, muy tranquilo, nos suelta que el cartel estaba mal y que ese precio no correspondía; que si lo queremos igual, hay que pagar 20 euros más. En serio, 20 euros por un cartel mal puesto. Le comento a mi hijo que igual la tonta fui yo por no llevármelo cuando lo pagué y el tipo se pone a reírse, en plan burlón, y nos suelta que “ni aunque lo hubieras llevado el viernes”. Fue el colmo. Le dije que me devolviera el dinero y que no quería nada de allí, que no me iba a quedar con un trato así, y aún así el ambiente fue raro, con esa mezcla de despreocupación y poca vergüenza. Lo peor no fue solo el error con el precio, que ya es mala gestión, sino la sensación de que no les importamos como clientes. Al final nos fuimos sin frigorífico, enfadados y con menos paciencia. Lo cuento porque sirve de aviso: si vas a comprar algo para el día a día, comprueba dos veces la referencia y, sobre todo, no te dejes reír. Me quedó mal sabor de boca, pero bueno, ya buscaremos otra tienda que tenga más respeto por la gente.